Su trabajo era probar todas los manjares de una cocina antes de que fueran servidas a la mesa. Comida exquisita que jamás llegaría a su boca de otra manera. Pero la mujer, llamada Margot Wölk, jamás pudo disfrutar de ninguno de esos bocados, a pesar del hambre y la miseria en que vivía en plena Segunda Guerra Mundial. Es que cualquier bocado de esos podría ser el último de su vida. Era una de las catadoras de comida de Adolf Hitler.
Hasta que Wölk rompió el silencio en 2012, nunca se supo de la existencia de un grupo de catadoras de alimentos integrado por 15 jóvenes mujeres, quienes se ocupaban de probar todo lo que Hitler comiera a fin de evitar que muriera envenenado. Tres veces al día se exponía al mayor peligro para mantener con vida al dictador alemán, desayuno, almuerzo y cena.
La noticia dio la vuelta al mundo. Ella se dio a conocer como la única sobreviviente después de más de 70 años. Según la publicación alemana, Der Spiegel, la mujer, que vivía en Wilmersdorf, una localidad del centro de Berlín, en el mismo departamento que había nacido en 1917, había sido reclutada por la fuerza en 1942, a los 24 años por las SS. El hecho ocurrió al instalarse en casa de su suegra, en la pintoresca localidad de Gross-Partsch, en Prusia Oriental (actual Polonia).
Wölk recordó que el alcalde de ese pequeño pueblo “era un viejo nazi. Nada más llegar allí, ya tenía a las SS delante de la puerta anunciándome: ‘Viene con nosotros’”.
La joven que trabajaba como secretaria hasta entonces, había huido de su casa destruida por las bombas y terminado a solo dos kilómetros y medio de la localidad en el que Hitler había instalado su Wolfsschanze (guarida del lobo). En la entrevista aseguró que no era nazi. De chica no había formado parte de la Liga de Niñas Alemanas (Bund Deutscher Mädel o BDM), el segmento de niñas de las Juventudes Hitlerianas, y su padre había sido condenado por negarse a unirse al Partido Nazi.
También dijo que nunca vio en persona al Hitler. Solo le acercaban los platos de comida, que era de tipo vegetariano. Sobre su dieta investigó una escritora italiana llamada Rosella Postorino, que se sintió fascinada con la historia y salió en busca de la sobreviviente. La encontró, pactó una reunión y una semana antes de la cita, la mujer que había sobrevivido a todo, murió a los 96 años. Corría el año 2014. Los tres años siguientes, la escritora oriunda de Reggio Calabria, se dedicó a recabar información y le dedicó un libro llamado “La catadora” (editado por Lumen), donde narra el terror sembrado por el nazismo incluso entre sus propias filas. La historia que terminó ficcionada, incluye un contexto en base a datos históricos, por lo que se dedicó a estudiar de qué se alimentaba, su menú, recetas, perfiles psicológicos y más.
Según la escritora italiana, no es que fuera vegetariano. La carne le caía mal. Tenía severos problemas estomacales y tomaba pastillas para la flatulencia. Tenía preferencia por las habas de soja (granos todavía en vaina inmaduros).
Las mujeres debían comer de cada plato una hora antes de que se sirviera a la mesa. “La comida era buena, incluso muy buena, pero no la podíamos disfrutar”, porque existían rumores de que los aliados pretendían envenenar al dictador nazi”, contó. Después de esa terrible experiencia, que duró por lo menos dos años y medio, le llevó a la “catadora” mucho tiempo volver a disfrutar de la comida.
Todos los días, los nazis pasaban a buscar a Wölk en casa de su suegra, donde se unía a otras jóvenes dentro de una construcción de barracas donde los cocineros, repartidos en dos plantas, preparaban el menú del día en el cuartel general.
El personal de cocina les llevaba las bandejas con vegetales, pasta, salsas y frutas exóticas que debían ser catadas. Algunas de la jóvenes lloraban al tragar la comida.
Margot había pensado en huir, pero no tenía a dónde ir más que a lo de su suegra en Gross-Partsch. Su casa había sido impactada por las bombas, su marido Karl estaba en el frente y al no tener noticias de él a lo largo de dos años creía que estaba muerto.
Luego del atentado del 20 de julio de 1944, la operación Valquiria que tenía como objetivo matar al líder nazi, que no logró más que dejarlo herido, las medidas de seguridad en el cuartel general se extremaron. De manera que las catadoras de Hitler tuvieron que abandonar sus casas y mudarse a una escuela vacía, cerca de la Wolfsschanze.
En ese momento, no solo corría su riesgo su vida, sino que comenzaron las vejaciones. “Nos tenían encerradas como animales y nos vigilaban”, contó. También, aseguró haber sido violada por un oficial de la SS, a quien definió como “un viejo cerdo”.
Su suerte no fue la del resto del grupo. Mientras el Ejército Rojo estaba en las cercanías del cuartel general de Hitler, un teniente la puso a salvo. La subió a un tren con destino a Berlín. Con horror se enteró más tarde que las 14 catadoras habían sido fusiladas en manos de los soviéticos.
En Berlín volvió a salvar su vida cuando un médico que le dio refugio, negó ante las SS que la fugitiva que buscaban estuviese con él en una consulta. Sin embargo la suerte dejó de estar de su lado cuando Berlín fue tomada por el Ejército Rojo. No la mataron, pero la violaron durante dos semanas. La mujer dijo que las heridas infligidas le impidieron la posibilidad de ser madre.
Después de la guerra, y tras haber sobrevivido a los días más oscuros de su vida donde más de una vez quiso estar muerta, en 1946 volvió a reencontrarse con su marido Karl, quien tenía sus propias heridas de guerra. Había sido prisionero. Hasta 1980, fecha en que murió, compartió junto a él los años tal vez más felices de su vida. Años en los que prefirió callar, pero nunca olvidar. Las pesadillas la acompañaron siempre.
Un año antes de su muerte, al recibir a un periodista de una publicación local, Berliner Zeitung, por su cumpleaños número 95, decidió finalmente compartir su desgarradora historia con el mundo.