Tres alumnos fueron acusados de haber planeado atacar a tiros a compañeros y docentes en una escuela bonaerense. El caso expone una realidad cada vez más frecuente.
La noticia sacudió a la comunidad educativa y a toda la opinión pública: tres estudiantes de una escuela secundaria de Ingeniero Maschwitz fueron denunciados por haber intentado planear un ataque armado contra sus compañeros y docentes. En los chats que intercambiaban, uno de los adolescentes escribió: “Llevo el chaleco y las municiones. Ya tengo las armas. Avísenme si lo quieren hacer”. El mensaje, detectado por una compañera que decidió alertar a las autoridades, permitió evitar una posible tragedia. La escuela activó el protocolo de emergencia, se realizaron todos los análisis y la causa quedó en manos del Juzgado de Menores de Zárate-Campana. Aunque no se encontraron armas reales, sí había réplicas y elementos preocupantes. El hecho volvió a poner sobre la mesa una pregunta urgente: ¿qué está pasando con los adolescentes y qué rol ocupan las redes sociales —y los adultos— en este escenario?
La investigación judicial avanza bajo la figura de “intimidación pública”, pero el episodio enciende una señal de alarma más profunda: ¿qué les pasa a los adolescentes, qué consumen, qué reproducen y por qué las redes sociales están en el centro de esa escena?
El impacto invisible de la violencia digital
Según una encuesta realizada por el Youth Endowment Fund, del Reino Unido, el 70% de los adolescentes ha visto violencia real en redes sociales, incluyendo peleas callejeras, amenazas y exhibición de armas blancas y de fuego. Además, el 80% de quienes estuvieron expuestos a ese contenido afirman sentirse menos seguros en su entorno y más temerosos de salir de sus casas.
El psicólogo Jorge Prado (M.N. 55.582), especialista en adolescencia y docente en la Facultad de Psicología de la UBA, sostiene que estamos frente a un fenómeno que requiere atención urgente: “En la lógica de las redes, el cuerpo se convierte en una vidriera. Ya no importa lo que se siente, sino cómo se ve y cómo reacciona el otro. Esa lógica puede generar mucho malestar”.
La exposición constante a estímulos violentos no solo desensibiliza: también puede alterar la percepción de la realidad y contribuir a la normalización de la agresión como modo de respuesta o de pertenencia.
El rol de los adultos: escuchar antes que corregir
Para Prado, sin embargo, el problema no es solo digital, sino también vincular: “Muchos adultos que hoy son madres, padres o docentes crecieron con frases como ‘callate’, ‘no preguntes’, ‘los grandes están hablando’. El desafío actual es revertir eso: escuchar, alojar, ofrecer tiempo real y conversaciones verdaderas”.

El informe de ERYICA (Agencia Europea de Información y Asesoramiento Juvenil) confirma que el impacto de la violencia digital en jóvenes es profundo: puede aumentar la ansiedad, la angustia emocional y el riesgo de que se repitan patrones agresivos en la vida real.
Frente a esto, Prado propone una intervención simple, pero poderosa: “La adolescencia no se acompaña desde el ideal, sino desde la presencia. Contar un cuento, compartir una comida, apagar un rato el celular y preguntar de verdad cómo están puede ser mucho más transformador que cualquier manual”.
El caso de Maschwitz no solo expone el riesgo de un ataque escolar frustrado. Expone también lo que no estamos escuchando a tiempo. “La palabra —dice Prado— debe volver a ser un puente, no una orden. La adolescencia no se atraviesa sin otros. Y es con otros como se vuelve más vivible”.